En aquel tiempo, se le acercó a Jesús un leproso para suplicarle de rodillas: “Si tú quieres, puedes curarme”. Jesús se compadeció de él, y extendiendo la mano, lo tocó y le dijo: “¡Sí quiero: Sana!” Inmediatamente se le quitó la lepra y quedó limpio.
Al despedirlo, Jesús le mandó con severidad: “No se lo cuentes a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo prescrito por Moisés”.
Pero aquel hombre comenzó a divulgar tanto el hecho, que Jesús no podía ya entrar abiertamente en la ciudad, sino que se quedaba fuera, en lugares solitarios, a donde acudían a él de todas partes.
Hoy Marcos de nuevo presenta esa imagen de Jesús sanado, pero lo más particular en este relato bíblico es que Jesús quiere. “¡Sí quiero: Sana!”, lo que hace que ver la manera particular en que Jesús actúa que pese a las estructuras y leyes (Lv 13, 1-2. 44-46). Él se interesa por el ser humano por su bienestar, es ahí donde radica la particularidad de Jesús se interesa por el ser humano.
De ahí el mensaje que nos entrega Pablo a la comunidad cristina “yo procuro dar gusto a todos en todo, sin buscar mi propio interés, sino eI de los demás, para que se salven.”
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